Texto base:
“Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.”
(2 Timoteo 1:6)
1. El Don de Dios: Un regalo con propósito eterno
Pablo le escribe a Timoteo como un padre espiritual preocupado por el estado del corazón de su hijo en la fe. En sus palabras, no hay una simple sugerencia, sino una instrucción espiritual directa: aviva el fuego del don de Dios. Esto nos deja claro que los dones espirituales no son estáticos, sino que requieren atención, acción y renovación constante.
El término “don” proviene del griego charisma, lo que implica que se trata de una dádiva divina dada por gracia, sin mérito humano. Pero aunque no la merezcamos, sí somos responsables de administrarla fielmente.
Todo hijo de Dios recibe dones para edificación del Cuerpo de Cristo (1 Corintios 12), y esos dones están encendidos por el Espíritu Santo. No son simplemente habilidades naturales, sino manifestaciones sobrenaturales de la gracia de Dios en acción. Por tanto, ignorar o dejar inactivo un don es deshonrar su origen y su propósito.
Avivar el fuego es una imagen poderosa: se refiere a soplar sobre las brasas, añadir leña, reactivar lo que está a punto de apagarse. Pablo no le dice a Timoteo “espera a que Dios lo haga”, sino “hazlo tú”. La responsabilidad de mantener vivo el fuego es personal. Dios lo encendió, pero tú lo alimentas.
Reflexión y aplicación práctica
¿Tienes claridad sobre el don que Dios te ha dado? ¿Está activo, o lo has dejado enfriar con el paso del tiempo?
Es tiempo de despertar lo que está dormido. Busca oportunidades para poner tu don al servicio. Ya sea predicar, enseñar, servir, exhortar, dar, liderar o consolar, todos son igual de valiosos.
No caigas en la comparación ni en la falsa humildad. Lo que Dios te dio, lo puso en ti con un propósito eterno. Ora así:
“Señor, gracias por el don que has depositado en mí. Hoy decido avivarlo, alimentarlo y usarlo para tu gloria.”
2. El fuego puede apagarse si no se cuida
Pablo le dice a Timoteo que avive el fuego, lo que implica que el fuego puede apagarse. Este es un principio espiritual de gran importancia: lo que no se cuida, se apaga. La pasión por Dios puede disminuir, el fervor puede ser reemplazado por rutina, y los dones pueden caer en desuso si no hay atención intencional.
El fuego de Dios se debilita cuando cedemos a la negligencia espiritual. Esto ocurre cuando dejamos de orar, de buscar Su presencia, de servir, de congregarnos o de compartir el evangelio. No hay fuego sin comunión. No hay manifestación del don si hay distancia con el Dador.
Otro enemigo del fuego es el pecado no confesado. El pecado actúa como un balde de agua sobre las brasas: las enfría, las apaga, las convierte en ceniza. Si no se confiesa, no solo entristece al Espíritu Santo, sino que apaga Su mover.
Pero también hay factores externos: críticas, desánimo, comparaciones, cansancio. Muchos han dejado de usar sus dones porque fueron malinterpretados o heridos en algún momento. Y así, el fuego que una vez ardió fuerte, ahora apenas titila.
Reflexión y aplicación práctica
Examínate: ¿Qué ha estado apagando tu fuego? ¿Qué prácticas has descuidado? ¿Qué heridas no has sanado?
Decide reavivar el altar. Regresa al primer amor. Haz una lista de lo que necesitas soltar o retomar. Dios no ha retirado Su llamado, pero sí espera que tú hagas tu parte.
Haz esta oración:
“Señor, líbrame de toda frialdad espiritual. Hoy renuncio a lo que ha estado apagando tu fuego en mí. Restaura en mí el gozo de tu salvación y enciende una vez más mi corazón.”
3. El fuego se aviva en intimidad con Dios
El fuego espiritual no se aviva con métodos humanos, sino con comunión divina. Solo en la presencia de Dios se enciende nuevamente la llama. En el Antiguo Testamento, el fuego del altar no debía apagarse jamás, y el sacerdote debía alimentarlo cada mañana (Levítico 6:12-13). Hoy, tú y yo somos esos sacerdotes espirituales.
La oración, la adoración y la Palabra de Dios son como la leña que mantiene el fuego ardiendo. Cuando un cristiano vive apartado de estas disciplinas, es solo cuestión de tiempo para que su don se adormezca y su fuego se enfríe.
En la intimidad con Dios, recibes dirección, fuerza, pasión renovada. La intimidad no es solo un deber, es un deleite. No es una carga, es una fuente. Allí, donde nadie más te ve, es donde Dios aviva lo que ha puesto dentro de ti.
La iglesia necesita más creyentes que cultiven una vida de altar personal. El domingo no basta. Las reuniones no reemplazan el encuentro diario con el Espíritu Santo. El fuego que transforma no viene de eventos, sino de encuentros profundos.
Reflexión y aplicación práctica
¿Estás dedicando tiempo diario a estar con Dios? ¿O solo lo visitas cuando tienes una necesidad?
Haz un compromiso con tu vida de intimidad. Separa tiempos específicos para orar, leer la Palabra, adorar. Pon música que edifique, escribe tus oraciones, memoriza versículos. Llena tu alma de la presencia de Dios.
Ora:
“Padre, llévame más profundo en tu presencia. No quiero vivir con brasas apagadas. Sopla sobre mi alma y aviva mi espíritu. Hazme una antorcha encendida para ti.”
4. El don que Dios te dio es para servir a otros
Uno de los principales propósitos del don que Dios te ha dado es la edificación del cuerpo de Cristo. Los dones no son para enaltecerte a ti, sino para edificar a otros. No son para exhibición, sino para servicio.
1 Pedro 4:10 dice:
“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.”
Cuando entiendes que tu don es un instrumento, no una medalla, entonces estás listo para usarlo con humildad. Quien tiene el don de enseñar, debe enseñar; quien tiene el don de animar, debe animar; quien tiene el don de dar, debe hacerlo con generosidad; quien lidera, con diligencia; quien sirve, con amor.
Avivar el fuego del don de Dios implica ponerlo en movimiento. Lo que no se usa, se oxida. Lo que no se practica, se olvida. Pero lo que se pone al servicio, se afina, se desarrolla y crece.
Además, cuando sirves, te conectas con tu propósito eterno. El gozo más grande no está en recibir, sino en dar. Ver a otros bendecidos a través de tu obediencia es una de las mayores recompensas.
Reflexión y aplicación práctica
¿Dónde estás sirviendo hoy? ¿A quién estás edificando con tu don? ¿Has estado esperando que te pidan o te inviten?
No esperes más. Acércate a tu iglesia, a tu comunidad, a tu entorno. Comienza con lo que tienes. Haz lo que sabes. Sirve con excelencia, con pasión, con gratitud.
Haz esta oración:
“Señor, lo que me diste, no lo retendré. Hoy me comprometo a servir con mi don, para bendecir, edificar y glorificar tu nombre.”
5. El Espíritu Santo es quien mantiene el fuego encendido
Aunque Pablo exhorta a Timoteo a avivar el fuego, también reconoce que ese fuego fue encendido por el Espíritu Santo. Él es quien distribuye los dones (1 Corintios 12:11), y también quien los activa y renueva.
Es vital entender que no se puede avivar el fuego sin el Espíritu Santo. No es con fuerza, ni con intelecto, ni con esfuerzo humano. Es con la dependencia diaria del Espíritu.
Él es como el aceite en la lámpara: sin Él, todo se apaga. Pero con Él, incluso los más pequeños pueden brillar con fuerza. El Espíritu no solo te da el don, también te da el poder para usarlo, el discernimiento para aplicarlo, y la gracia para mantenerlo.
Por eso, el creyente debe cultivar una relación personal con el Espíritu Santo: hablarle, pedirle dirección, escuchar su voz. El fuego más intenso viene cuando el corazón está lleno del Espíritu.
Reflexión y aplicación práctica
¿Estás lleno del Espíritu Santo? ¿Lo reconoces como fuente diaria de poder? ¿Le das lugar en tus decisiones, en tu servicio, en tu día a día?
Pídele hoy que te llene de nuevo. Ríndete a Su voluntad. Deja que te guíe, te moldee, te capacite.
Ora con sinceridad:
“Espíritu Santo, aviva el fuego en mí. Sopla sobre mi alma. Lléname, renuévame, guíame. Te doy libertad para moverte en mí.”
Oración final
Señor amado, hoy recibo tu Palabra con temor y reverencia. Reconozco que has puesto en mí un don divino, una gracia especial, una asignación sagrada. Y también reconozco que muchas veces he descuidado ese regalo.
Hoy me levanto en tu nombre para avivar el fuego. Me comprometo a cuidar mi comunión contigo, a servir con pasión, a soltar todo peso, a perseverar cuando no sienta fuerzas.
Aviva en mí tu fuego, Espíritu Santo. Que mi vida sea una llama encendida que no se apaga. Que mi corazón arda por tu presencia. Que mis dones bendigan a muchos.
Declaro que no seré un creyente apagado ni tibio. Seré una antorcha viva. Usaré lo que me diste. Cumpliré el propósito por el cual fui llamado.
Todo esto lo pido en el poderoso nombre de Jesús,
Amén.
